LOMCE
Ley Ominosa para el Malestar y la Crisis Educativa
Carta
de un profesor al ministro Wert
Señor
Ministro. Le escribo en relación a la LOMCE;
no le oculto que la traduzco como
Ley Ominosa para el malestar y la crisis educativa.
No
niego que algunas de sus ideas sean buenas. Y que sus intenciones finales son
buenísimas. Pero no me sirve de consuelo saber que lo que ingiero tiene partes
comestibles cuando conozco que voy a envenenarme con ello.
No
negaré que usted gobierna amparado en una mayoría absoluta. Pero tampoco olvido
que, siguiendo esa misma lógica, yo y otros muchos, muchísimos, haremos todo lo
posible para que la LOMCE tenga corta vida y pueda revertirse, para frenar
cuanto antes sus vertientes involutivas y dañinas.
Lo
que le expongo en esencia, no es un pensamiento solo mío, sino de centenares de
miles de españoles con conocimiento de causa. No pretendo molestarle si se lo
comunico como lo siento, sin miramientos, porque se trata de una cuestión de
Estado, y urgente.
Me
atrevería a defender que todo ministro de educación sería merecedor de
inmediato cese, e incluso de sufrir ostracismo, en función de su abuso de
poder, cuando después de múltiples años
de tomaduras de pelo a las enseñanzas medias (hablo de lo que conozco bien, aunque
también habría que tener en cuenta otros niveles educativos), con las reformas
de las reformas de las reformas… educativas, nunca elevadas sobre fundamentos
firmes… «Merecedor de inmediato cese u ostracismo», digo, al comprobar que
vuelve a cometer el mismo error que venimos sufriendo desde hace décadas en la
educación: llevar a cabo reformas estructurales sin un consenso amplio y
estable y sin un proyecto preciso de futuro, que no quede limitado a ser una
tentativa mas de ensayo y error. Habría que crear, claro, una categoría penal
nueva que estableciera: «Con la educación no se juega». Allí se indicaría que
cierta dosis de ideologización en los planteamientos educativos resulta
intolerable para el conjunto de la ciudadanía, tomada como soberanía popular,
porque no se estarían respetando las pautas morales que han de regir cualquier
bien público estructural.
Sé
que casi todas las cosas son discutibles. Por suerte. Aunque creo que la
disputa sobre el tema que nos ocupa, podría partir de esa especie de axioma ya
apuntado: cualquier ley de educación que quiera serlo de verdad, ha de ser
fruto de un amplio, duradero y estable consenso.
Diré
algunas de mis razones, nacidas de años de experiencia y, sobre todo, nacidas
de haber creído siempre en el potencial de la educación.
La
ansiada calidad de la enseñanza no se alcanza apostando por unas materias en
detrimento de otras, como si algunas fueran a darnos las claves o fueran más
importantes … ¿importantes, en qué, para qué? No se alcanza tampoco haciéndose
un lío con la enseñanza religiosa: no es de recibo que una asignatura se
establezca imponiendo un horario fantasma a quienes no la siguen. Bienvenida la
libertad de elección de los padres, qué duda cabe. Pero es un principio lógico,
no ideológico, que la elección de unos no debe arrastrar imposiciones a
terceros. Idéntico enredo tenemos con la famosa educación para la ciudadanía,
asignatura ridícula: de una hora, con eso ya se dice casi todo.
La
calidad de la enseñanza se alcanza fijando unas asignaturas estandarizadas, por
siglos de educación y por las exigencias del presente, y dándoles estabilidad,
creyendo en ellas. Y creer en ellas significa formar profesorado finamente
seleccionado para la labor. Y también significa dotarlas a todas, en general,
de tres o cuatro horas a la semana, porque de otra manera pasan a ser
asignaturas menores, menos creíbles, «marías», rellenos. Dos horas es demasiado
poco para dar entidad a una materia. Ese es un principio elemental que muchos
profesionales conocemos de cerca bien y que nunca ha sido encarado con seriedad
por los gobernantes. Del mismo modo que puede haber dosis medicinales que no alcanzan su objetivo
curativo, las asignaturas de menos de tres horas pierden parte de su posible
efecto y, en definitiva, parecen haber sido puestas sin convicción, cuando no para
ceder ante un lobby o como fruto de la política de ensayo y error al que son
tan proclives los gobernantes intrépidos o que gobiernan guiados mas por sus
razones ideológicas y no tanto por ideales comunes y por motivos generales.
La
calidad de la enseñanza se alcanza como resultado de un proceso sistemático y
continuado durante varios lustros, donde lo importante es trabajar con
seriedad, estabilidad y medios. Y es preciso, para ello, que los profesores y
los alumnos sepan que la materia que están trabajando tiene todo el
reconocimiento social y no una despectiva condescendencia que les sitúa en
horarios marginales. De este modo, se deprecian objetivamente sus contenidos,
se toma menos en serio en consecuencia, y se dilapida el trabajo personal y la energía
social.
Señor
ministro, quédese con las ideas buenas que crea tener, rompa sus papeles
actuales, planifique cómo conseguir un consenso fundamental y póngase a
trabajar sobre una reforma educativa para elevar la calidad y los rendimientos,
pero sin olvidarse de salvaguardar lo básico: a) una formación y selección fina
del profesorado, b) unas condiciones de trabajo de los profesores que tengan
credibilidad social y c) una estructura educativa estable, flexible en las
metodologías pero sólida y duradera en el tiempo.
Por
si lo que digo pecare de genérico, le pongo un ejemplo, sacado de mi concreta
dedicación: no hay que liarse con el nombre que se le pone a la actividad
filosófica impartida en las clases (educación para la ciudadanía, filosofía y
ciudadanía, historia de la filosofía optativa/obligatoria/alternativa, etc.),
¿es que quieren reírse de nosotros? Lo que hay que decidir es si se estima
importante que los alumnos de los tres últimos cursos de medias estudien,
descubran y reflexionen sobre asuntos éticos, antropológicos, lógicos, de
historia de las ideas… Y si es así, póngase esa materia con el nombre que
siempre tuvo (Filosofía, Ética, Historia de la filosofía), con un número de
horas equitativo al del resto. Y hágase con las demás asignaturas del mismo
modo. Y si hay alguna asignatura fantasma, que sí que la hay, arrójenla del
currículo. No está la educación general para contentar intereses privados ni
para establecer comodines que hagan más fácil la confección de horarios.
En
suma, la ley de educación que quiere imponer no será buena para España ni para
la calidad educativa. El tema es muy complejo y no puede agotarse en una breve
carta, aunque lo que pretendo aquí trasmitir es en definitiva esto: consenso
político, proyecto a largo plazo y estabilidad e igual dignidad de todas las
asignaturas. Cordialmente.
SSC
7 de febrero de 2013
Publicado en: «LOMCE, Ley Ominosa para el
Malestar y la Crisis Educativa». La Nueva
España, Tribuna, pág. 30, Oviedo,
jueves, 7 de febrero de 2013.
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