Cambio de escena sin cambio de
escenario.
Impávida metamorfosis de la
filosofía
En aquel tren universitario Gijón-Oviedo sonó como un
apotegma indiscutible: «¡en los últimos veinte años todo ha cambiado!», al
tiempo que, sin saber cómo, impuso el silencio en aquella refriega de voces. En
la quietud inesperada en que entramos todos, me quedé absorto en una cadena de
ideas que ya no pude detener hasta que un automatismo aprendido me puso de
nuevo sobre el andén.
Era evidente que habían cambiado muchas cosas en tan solo
veinte años. No traté de enumerar los datos sobresalientes uno a uno y por
categorías: los más de quinientos nuevos millones de habitantes del planeta
(nuevos famélicos); las nuevas masivas migraciones ilegales (nuevos
delincuentes); los millones de recién aparecidos internautas con sus nuevas impasibles
costumbres comunicativas, sólo en apariencia autistas; la proliferación de
conversaciones a distancia por el móvil imprimiendo nuevo ritmo a la vida; China;
el Islam; las torres gemelas; el muro de Berlín, la crisis de las ideologías…
No traté de enumerar ni de ordenar todo esto, aunque sí formó en conjunto una
nebulosa en el trasfondo de mis cogitaciones.
Siendo éste el contexto vaporoso sobre el que discurría, la
forma nítida que se me impuso cincelada sobre las demás (fácil de ver y difícil
de explicar) fue la del punto de unión de dos grafías, en el momento en que una
se está cerrando y abre paso a la siguiente. La primera arrancaba de 1789 y la
segunda venía a coincidir justamente sobre nuestras mismas cabezas. Decidir la
fecha exacta de la inversión del trazo era para mí algo embarazoso y cabía
suponer que cada cual elegiría según su idiosincrasia: los del parchís, de oca
a oca: 1989; los del mus: el envido de
2001; los del póquer: la crisis financiera de octubre de 2008 o quizá no,
porque todavía había de sobrevenir algo inmediato y más rotundo.
Se veían dos siglos de industrialización, tecnología, éxito científico
y ubicuidad de la bolsa, y a la vez de «libertades» individualistas,
masificación y proliferación de enfermedades psiquiátricas, de ideologías
revolucionarias igualitarias, de conciencia ecológica, y se veía el final de
este esquema de pensamiento, pero no precisamente porque «todo» fuera a cambiar,
sino porque con seguridad algo en el lenguaje pretérito estaba dejando de
significar... (izquierda/derecha, si hay que ejemplificar).
Si la filosofía tiene entre sus funciones atreverse a dar
nombre esencial a los fenómenos del presente, entonces hay que buscar a los que
ya han penetrado en esta escena.
Tras los «maestros pensadores» del XIX con sus grandes
relatos, Hegel, Marx, Nietzsche... –con permiso siempre de Schopenhauer– y
Freud (ya en el XX), están quienes intentan corregir aquel excesivo peso
historicista, Heidegger, Foucault, Lacan, Deleuze... al tiempo que otros buscan
alternativas (Habermas) o arremeten contra las sombras fantasmagóricas del
pasado: los Glucksmann y los postmodernos, Lyotard, Baudrillard, Vattimo, para
finalmente, gestionar ahora no tanto una modernidad resquebrajada sino un
tiempo que se abre donde ensayar nuevas síntesis.
Empezando por el pensamiento español, si la obra de Gustavo
Bueno hasta los ochenta supone todo un sistema filosófico bien trabado, a
partir de los años noventa lo que fundamentalmente ha proseguido es tratar de conceptualizar
sagazmente este cierre de ciclo, tal como quedó apuntado en «España frente a
Europa» (1999) y en «El mito de la izquierda» (2003) que habrá de quedar ahora
completado muy pronto con su simétrico «El mito de la derecha» (pendiente de
publicación). La descripción de la nueva moral y de la nueva política de
nuestra rabiosa actualidad, señalando el fundamento de sus «apariencias», las
viene acometiendo entre otras en: «Televisión: Apariencia y Verdad» (2000) y
«La vuelta a la caverna» (2004).
Vemos también en las últimas dos décadas un esfuerzo por
aclararse con la vivencia religiosa (¿acaso superada?) en A. Comte-Sponville
(«El alma del ateísmo»), D. Shayegan («La luz viene de Occidente»), M. Onfray
(«Tratado de ateología») y G. Bueno («La fe del ateo»), y en tantos otros...
Vemos igualmente un esfuerzo por aclararse con la política,
la moral y la ética: J. Echeverría parece que quiere avanzar por la perspectiva
spinozista nunca suficientemente recuperada («Ciencia del bien y el mal»), P.
Sloterdijk trata de inventar un nuevo lenguaje que se pliegue mejor a la nueva
complejidad («Crítica de la razón cínica» y «Esferas»), S. Zizek sin renunciar
a la vía de la revolución se aleja de la estrategia de la tierra quemada («El
frágil absoluto»...), y, más plegado editorialmente al gran público, G.
Lipovetsky («Los tiempos hipermodernos»...) trata de medir lo que hay de nuevo
y de intemporal en los actuales fenómenos morales. Algunos, como Víctor Gómez
Pin se ocupan de la regeneración pedagógica de la filosofía pero sin
concesiones a la simplificación («Filosofía. Interrogaciones que a todos
conciernen»). Fundamental, por su sistematismo y profundidad el «Primer ensayo
sobre las categorías de las ciencias políticas» de G. Bueno.
En ocasiones lo más interesante no versa sobre «lo nuevo»
sino que profundiza con encendidos bríos sobre clásicos problemas, por ejemplo,
sobre aquel intento de la fenomenología de Husserl de encontrar los cimientos simbólicos
del pensamiento humano, que está ahora progresando de la mano de Marc Richir («Phénoménologie
et institution symbolique»...) o derivando con Alain Badiou y otros hacia un
nuevo materialismo no reduccionista (donde vemos concomitancias importantes con
G. Bueno) o hacia un renovado materialismo fenomenológico, como el que está
desarrollando R. Sánchez Ortiz de Urbina en España.
Pero esto no es todo, ni mucho menos, porque tenemos que
quedarnos sin hablar de la filosofía de las neurociencias y de… pero, no se
inquieten, el fin de los tiempos no ha llegado, aunque sí hemos arribado a la
próxima estación. Otros trenes vendrán.
SSC
23 de octubre de 2008
Publicado en: «Cambio de escena sin cambio de escenario. Impávida metamorfosis
de la filosofía». La Nueva España, Suplemento Cultura nº
817, págs. 8 y 9, Oviedo, jueves, 23 de
octubre de 2008. Versión similar publicada en «Eikasía. Revista de
Filosofía».
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