Sobre igualdad y libertad.
La penúltima clase de Historia de la Filosofía (1)
Un
curso más que se estaba yendo. Otra generación de estudiantes que se verían
libres de aquellas paredes carcelarias y cálidas, de aquellos exámenes densos y
atropellados, de aquellos apremios entre el mimo paternal y las exigencias de
la cruda realidad. Griterío de voces de impúberes de la ESO que debía atravesar
encapsulado en el hieratismo hasta llegar indemne a mi clase. Llevaba en mente
dar la última puntilla de recomendaciones de cómo debían abordar la PAU. Era la
penúltima clase de este curso.
Hablaban
amigablemente y todos hicieron como si todavía no hubiera entrado; en medio de
la indiferencia un «¡hola profe!» daba la voz de alerta sobre mi presencia o
era quizás expresión sincera del afecto que dan noventa horas vividas juntos,
¿por qué no iba a ser posible eso? El rostro encendido de muchos, ese que
tienen justo después de un examen. Pensé que tenía suerte, estaban agotados;
también sobreexcitados.
Empecé
entre el borbotón final de murmullos que pugnaban por no extinguirse en ese pulso tan característico del comienzo
de las clases. ¡Ay del profesor que no lleve aliento o fuerza, o, cuando menos,
alguna careta! -«Sacad la última actividad modelo PAU que os entregué el día
anterior. Ya os dije que…». -«Profe, es que no me aclaro con lo que dijiste de Marx en la última clase, sobre lo de la
libertad y la igualdad. Quería que lo comentaras
algo más, porque me quedó confuso y al final no me aclaro si sí o si no…»
-«La
libertad y la igualdad en Marx.
Bien», entoné en alto. Pensé que tenía suerte con la pregunta, eso me
permitiría profundizar mucho más de lo que había previsto y me daba la excusa
para hacer una última galopada que dotara de sentido al conjunto del curso.
Algunos creerán que las clases dependen sólo de los profesores, pero eso es
verdad sólo en parte cuando se trata de impartir contenidos seriados, organizados
y con mordaza (o simplemente en medio del caos). Si lo que se espera es que las
clases tengan interés y algo de garra, entonces son tan importantes los alumnos
como el profesor; basta con que la mayoría no moleste y con que haya una
minoría interesada, al menos uno, al menos medio, como esta vez que alguien preguntaba
algo inteligente y con trasfondo.
Les
previne: -«Tengo una respuesta corta y otra larga; ya sé que os gustan las directas
que van al grano, pero esta vez os aseguro que sin el rodeo no se entendería en
su justa medida. Sería muy interesante como visión global de lo recorrido en el
curso. Ya sabéis que más que las recetas puntuales lo más interesante es
aprender a establecer conexiones de recorrido histórico y a elaborar
interpretaciones aplicables a nuestros problemas de ahora». No protestaron,
enmudecieron, me miraron entre escépticos y narcotizados, eso era suficiente.
En pocos segundos tenía un esquema en la pizarra que organizaba el problema.
Perezosamente lo copiaron, aunque no todos. Empecé a hablar moviéndome entre
ellos.
-«Lo
que sucede en la Antigüedad, en la Edad Media, en la modernidad y en el mundo
contemporáneo tiene un hilo de continuidad pero se va reconfigurando en función
de las circunstancias de cada momento histórico. Pasa con todas las ideas y
también con las de libertad e igualdad.»
-«Profe,
pero de qué vas a hablar ahora, ¿no te vas un poco lejos?»
-«Qué
va, está ahí al lado.» (Miradas…) «En la Antigüedad de Platón y de Aristóteles
las libertades funcionaban establemente distribuidas. Había varones con todos
sus derechos ciudadanos, libres, y frente a ellos el resto que no lo era (en el
sentido de disfrutar de libertades ciudadanas): extranjeros –metecos-, menores
de edad, mujeres y esclavos.» Una alumna hizo un gesto de protesta al verse
citada, no sé si junto a los esclavos o a los menores de edad. Pero sobre eso
de la desigualdad varón/mujer ya habíamos hablado en otros momentos. Después de
un gesto de connivencia con ella, proseguí. -«Podía darse un trasvase reglado
dentro de estos grupos y, por ejemplo, dejar de ser esclavo y pasar alguien a
ser liberto, pero fuera de esos leves márgenes, la libertad en sentido
ético-político tenía una estructura muy estable. El problema era, entonces, la
justicia. De ahí que Platón hubiera
diseñado aquel modelo que pedía que cada parte dentro del Estado (productores,
soldados y gobernantes) cumpliera con su obligación correspondiente,
contribuyendo los primeros con la riqueza y la templanza, los segundos con la valentía
y la defensa del Estado, y los últimos con la prudencia y el buen orden general».
Alguien reflexionó en alto: -«las tres clases sociales y los tres tipos de
almas». Así era como funcionaba la cosa mnemotécnica. -«Eso es, pero prosigamos
el hilo histórico», dije. -«Se trataba de un modelo teórico, poco practicable
como se demostró, pero lo importante era la tesis que se basaba en la “armonía”
del conjunto, en la que quedaba claro qué era lo que corrompía a un Estado: que
gobernaran no los sabios y prudentes, sino los ricos, la milicia o el populacho
desordenado por el hecho de tener la fuerza».
Me
moví hacia la pizarra y subrayé ahora el nombre de Aristóteles. -«Ahora viene el peripatético», dijo una, -«No, viene
el pelirrojo que apunta hacia abajo con el dedo, replicó una voz vecina».
Consentí con una sonrisa y sabiendo que el curso tocaba a su fin no quise
permitirme uno de esos incisos que acaban en un timbrazo sin piedad; además,
eran cosas ya repetidas.
-«Aristóteles
sigue las grandes líneas trazadas por Platón
pero distanciándose de él, a la vez, al subrayar la vuelta al empirismo de las
constituciones realmente existentes, la de Atenas, Corinto, Esparta, &c. No
hay gobierno ideal sino gobiernos buenos (monarquía, aristocracia y politeia -o
democracia recta-) y malos (tiranía, oligarquía y demagogia -o democracia
corrupta-) según que se dirijan al bien común o no, fórmula en la que quedaba
traducida aquella armonía social buscada por Platón».
Algunos
empezaban ya a dar muestras de cansancio mental, dos habían empezado a hablar
por su cuenta, una dibujaba, otro enredaba con su móvil, otros tenían la mirada
perdida y del resto no podría asegurar, salvo de tres o tres y medio. -«A ver,
¡flojos¡, que ya nos queda poco, un último esfuerzo», sentencié. Volvieron a
resituarse dóciles, estaba de suerte.
-«Toda
la Antigüedad, la Edad Media y todo el tiempo hasta la caída del Antiguo
Régimen a finales del siglo XVIII, no es sino una fórmula que parte de la
intersección de estos dos modelos clásicos: los gobiernos tienen la obligación
de gobernar justamente, o sea, conforme al bien común y esto implica que se
persiga la armonía social. Durante la Edad Media se añadirá a este esquema la
tensión entre el poder temporal del Estado y el poder espiritual de la Iglesia:
las grandes tesis de San Agustín y Santo Tomás defendieron la supremacía del poder de la Iglesia,
aunque los hechos no siempre se ajustaron a este desideratum».
Alguien
-una costumbre para mí- a quien le gusta puntualizar –hace bien- interrumpe la
monotonía: -«Profe, por qué no dices “deseo” en lugar de “desideratum”»
-«Porque no se trataba de un simple deseo subjetivo; ya hemos visto más veces
la distancia que hay entre lo subjetivo y los procesos objetivos». Proseguí, en
mi fiebre de profesor que supone que alguno de los pupilos pudiera estar
interesado.
-«Después
del derrumbamiento de la polis, a consecuencia de la nueva configuración de los
imperios a que dará lugar Alejandro
Magno y Roma, hay que contar con
el periodo helenístico-romano, que supone una recesión en las exigencias planteadas por la teoría política clásica. Los
estoicos y los neoplatónicos (ya conocemos la retirada de la política de los epicúreos y de los cínicos) entienden el orden social supra-personal como una realidad
superior, cerrada, determinada, de modo que ahora la tarea humana ha de
aplicarse a la perfección de la propia alma, como medio para ser feliz y como
modo de insertarse bien en un orden general, el de la República o el del
Imperio Romano. Esta vía de perfeccionamiento interior ético-moral va a
constituir un esquema idóneo al que va a acogerse la cristiandad que se
desplegará por Europa. Un análisis paralelo cabría aplicar al Islam, durante el
medievo. El énfasis se pondrá en la salvación de las almas y en una vida
ultramundana»
¿Qué pasa después con Maquiavelo, Hobbes, Locke, Montesquieu, Rousseau, Jovellanos, Kant, Hegel y Marx? Lo que pasa es que el mundo ya no
está organizado en polis, ni articulado por un gran imperio, ni organizado
feudalmente sino que los estados modernos –fuertes y expansivos- (como España y
Portugal, primero, y después Inglaterra, Holanda o Francia) comienzan a tomar
posiciones unos frente a otros en el nuevo imperialismo moderno.
-«Profe,
hablas como si el imperialismo fuese bueno», inquirió la delegada de la clase. -«Y
tú preguntas como si fuese malo», respondí. -«No se trata, ahora, de bueno y
malo, sino de las condiciones de existencia reales –como diría Marx-, de las que, sin duda, podremos
después analizar qué tuvieron de bueno y qué de malo». Comprobé que quedaban
tres minutos y el timbre avanzaba con las zancadas del tiempo. Embutido en mi
seriedad envié a un alumno para que detuviera el timbre unos dos minutos;
rieron. El enviado no fue, claro.
-«El
próximo día acabaremos, ya hemos dispuesto las premisas, nos queda sacar la
conclusión. Únicamente, recordad que aunque durante todos los siglos anteriores
al descubrimiento de América los gobiernos poco tuvieron que ver de hecho con
la armonía y el bien común -esto es, con la justicia según el discurso de la
Antigüedad-, los modelos teóricos que sirvieron de referencia una y otra vez
fueron los de Platón y Aristóteles a los que ha venido a
unirse el “reino de Dios” que cabe esperar, que es el bueno y definitivo. No
hay tanto problema si el de aquí sale defectuoso; está asegurado un final feliz
para los “justos”, es decir, los que aman a Dios y al prójimo. La vía del amor
había venido a trascender la del conocimiento. Además de la ciudad de Roma
tenemos la ciudad celeste».
El
timbre sonó justo en su segundo de siempre y como en un milagro de velocidad
algunos ya estaban saliendo por la puerta, aprovechando que me había pillado
con una frase acabada. En otro caso saben que tienen que aguantarse.
Sobre igualdad y libertad (2)
La última clase de Historia de la
Filosofía
Entré
en el aula, no había ni uno sentado, todos agitados, acababan de conocer las
notas de alguna asignatura. De nuevo tenía buenos presagios, la mayoría
resplandecían de contentos. Sólo algunos, que ya tenían la suerte echada tiempo
ha, no se alborozaban. Pero esos, gracias a mí, sabían lo que era el estoicismo;
eso creo.
-«Bien,
si queréis cogemos las castañuelas y empezamos a celebrarlo.». Entendieron la
ironía. Comenzaron a sentarse y a callarse. No se dieron excesiva prisa.
-«Recordáis
que os prometí una respuesta larga que nos permitiera entender en qué lugar
situaba Marx a la libertad y a la
igualdad. Habíamos repasado las grandes líneas que se desarrollaron en la
Antigüedad y en la Edad Media sobre la justicia. Tenemos que seguir a partir de
ahí.» Completé el esquema de la clase anterior con otro que nos llevaba ahora
desde Maquiavelo hasta nuestra misma
piel. Lo copiaron todos los que tienen este hábito, el resto, como no hubo
amenazas, seguramente lo fiaron a su memoria (¡cómo les envidio, la memoria!).
-«A
partir de Maquiavelo, esto es, de
los estados modernos, se vuelve insostenible la presunta armonía entre el fin
moral (la justicia como bien común) y el fin político (el buen orden social
obtenido mediante el ejercicio del poder). Maquiavelo
defenderá que un bien político puede ser cacoético e inmoral siempre que el
buen fin general y superior de la política lo exija» -«El fin justifica los
medios», dijo en alto alguien de quien dudaba si ponerle un 8 o un 9. Quizás
supiera de mis dudas, pero me inclinaba a pensar más bien que había sido un
mecanismo de estímulo-respuesta.
-«El
florentino, que envidia estar en un Estado fuerte como el de Fernando el
Católico, no hace más que dar estatuto teórico a lo que siempre fue una
práctica política. Ahora se ha vuelto urgente la importancia del
fortalecimiento de los estados. Puesto este objetivo, pasa a primer plano el
bien del orden político y se relega el buen orden moral o, más exactamente, las
almas que se cuiden de la moralidad para su salvación que los príncipes han de
cuidarse de un asunto superior: la salvación del Estado; el príncipe no hará
otra cosa que cumplir con su obligación, de este modo su alma tampoco corre
peligro. Para Platón y Aristóteles el orden político y el
moral estaban llamados a integrarse, pero después ambas categorías fueron
distanciándose descoyuntadas por una realidad excesivamente compleja para
aquellas teorías originales –la polis dejada atrás ya-. Maquiavelo se limitará a poner nombre al estado de cosas imperantes
desde la decadencia de la polis y en el comienzo de los estados modernos
europeos»
-«Pero,
profe, Maquiavelo debía ser,
entonces, muy maquiavélico, ¿no?». Sonreí y seguí; no podía permitirme
estropear aquella ocurrencia.
-«En
este estado de cosas, Hobbes procede
a fijar las ideas que contribuyen a fortalecer el gobierno. Sobreentendido que
se debe gobernar para el bien común, el gobernante ha de tener todo el poder y
la fuerza, sin limitación. Es el Leviathán.
Locke insistirá, por su parte, contra
este Estado absoluto, en la función protectora, paternalista del Estado
respecto del ciudadano; es preciso que éste, “súbdito libre”, tenga asegurado
sus bienes y su existencia; había de contenerse la corrupción más fácil en la
que solían venir a parar los gobiernos: el poder arbitrario. Así, era
importante que junto al Derecho por antonomasia de la razón de Estado se
defendieran los derechos de los ciudadanos. Spinoza analiza este mismo problema en su Tratado Teológico-político
y en el Tratado político, pero su
respuesta es tan fina y elaborada que se necesita mucho más tiempo para
exponerlo.» Noté un gesto de alivio en algunos.
-«Montesquieu viene, en medio de todo
esto, a proponer como remedio de la distaxia en la que podían caer los estados,
la llamada separación de poderes» -«Entre el ejecutivo, legislativo y
judicial», coreó el que estaba entre el 8 y el 9; y una segunda voz se hizo
oír: -«¿Qué era lo de distaxia?». «Lo contrario de eutaxia o buen orden
político: degeneración política», respondí.
-«Rousseau, tratando de encontrar una
fórmula que uniera de nuevo la política y la moralidad, propone la “voluntad
general”, concepto que pasa a convertirse con la caída del Antiguo Régimen en
un principio marco, si bien con la carga mitificadora y confusionaria
correspondiente. Kant sigue estos
pasos y los delimita con la precisión del taller de los filósofos. Otros, menos
conocidos en las historias convencionales, como Jovellanos, comprenden que han de articularse principios
heterogéneos: el ejecutivo fuerte y soberano, el legislativo siguiendo el curso
de las reformas necesarias y, finalmente, la Constitución, en su sentido no
sólo positivo sino además histórico y moral, por encima de los que tienen la
fuerza política y los que legislan; por otra parte, en caso de que la soberanía
del poder político fallara, siempre estaba la supremacía de la nación para
volver a poner las cosas en su lugar.» -«Profe, ¿esto último entra en la PAU?»
-«La PAU soy yo», dije remedando al Luis XIV del que ya tenían noticias» y a
continuación otra voz: «Sí, el Estado soy yo». Y yo para acabar: «alea jacta
est; además, recordad que el cerebro gasta al menos el 20% de nuestra energía,
¿en todos los casos?» Como vieron que iba a liarles optaron por callarse.
«Con
Hegel todo pasa a interpretarse en
perspectiva histórica. La humanidad atraviesa un proceso de maduración a través
de instituciones sociales (morales y políticas) que apuntan hacia la
generalización de la libertad de todos. Sólo un hombre era libre (el déspota,
el monarca), sólo algunos hombres son libres después (en los regímenes
aristocráticos u oligárquicos) y finalmente todos los hombres serán libres,
según Hegel» -«Profe, nosotros
queremos ser libres también, cuándo va a poder ser». «Probablemente nunca,
porque estando condenados a ser libres –recordad a Sartre-, lo más fácil es que no lleguéis a trazar una línea que
podáis decir que es vuestra. Estamos lanzados a ser “massa damnata”
–condenados-, como diría San Agustín.
¡Eso por preguntar algo tan delicado!».
-«Y
llegamos, por fin, al encuadre final que nos permite ver en qué esquema de
ideas se sitúa Marx. Toma de Hegel la idea del proceso dialéctico
evolutivo histórico y tanto el idealista como el materialista establecen la
consecuencia de que habrá un final feliz, un estado de estabilidad o
consumación superior, en el caso del marxismo como sociedad sin clases y sin
explotación del hombre por el hombre… llegando a desaparecer el Estado,
verdadera superestructura de la injusticia». -«Profe, qué hay que hacer para
hablar como habláis los filósofos; sólo prestando mucha atención se os
entiende, ¿no estáis un poco locos?» -«No, es al revés. Algunos “locos” se
meten a filósofos para disimular sus rarezas consiguiendo un verdadero
camuflaje. Además de los locos y raros están los insulsos, los indolentes, los
simplistas y hasta los ingenuos; eso requiere abrir otro capítulo. Algo
cambiaría si en lugar de tener dos horas en 4º, tres en 1º y tres en 2º,
dispusiera de cuatro en los tres cursos» -«Vale, profe, ya lo cogí».
-«Así
que en Marx la libertad se
interpreta siempre en función de la igualdad y dentro de esa jerarquía y
antelación estaremos en el camino de la justicia: los hombres no podrán ser
realmente libres (desalienados) hasta que se liberen de las desigualdades que
las relaciones de producción precedentes han ido generando. La defensa de la
libertad del marxismo no podía ser la misma que la que defendía el liberalismo
moral de un Stuart Mill, que estaba concentrado en
defender algunas libertades que se habían empezado a generalizar recientemente:
la libertad de sentir individual, de pensar, de decir y de reunirse, todo sin
límite alguno aunque bajo la condición de no hacer daño a otros. No es que Marx
no reconociera estas libertades del liberalismo filosófico del XIX, que se
delineaban frente al control de las conciencias ejercido por la religión (el
“opio del pueblo”), sino que le parecían insuficientes, burguesas, para unos
pocos, cuando no autoengaños» -«Tú a quién prefieres a Marx o a Stuart Mill», preguntó alguien que tenía pinta
de haber elegido ya. -«A Jovellanos»,
bromeó otro. -«Al final os diré lo que yo pienso, me gusta aprender de todos.»
-«Y
ahora estamos de nuevo en una encrucijada en la que hay que volver a pensar qué
significan esos dos conceptos: libertad e igualdad, y en definitiva: ¿qué es la
justicia?». Marx creyó en una
sociedad ideal en el futuro (como Platón
y toda su estela posterior) aunque no sólo propuso la fórmula ideal sino una
teoría de la revolución que debía insertarse en las mismas contradicciones que
la historia nos había deparado (después de Hegel
es difícil no pensarlo todo en perspectiva histórica). Seríamos libres
cuando consiguiéramos romper las desigualdades estructurales de la sociedad.»
Alguien dijo: -«Eso suena bien. ¿Ese Marx
es el mismo que el que tiene aquí al lado una calle?». Asentí y dije
socarronamente: -«Veis como sí sabéis de filosofía».
-«Cuando
decimos libertad, igualdad y justicia tenemos la impresión de referirnos a
conceptos claros, pero en realidad significan cosas muy distintas en función
del marco de ideas en el que se utilizan». -«Profe, va a tocar y pierdo el
autobús». Comprendí, debía abreviar.
-«Tenemos
datos suficientes para pensar que no habrá un final feliz, una liberación ni un
estado de justicia finalmente consagrado, como ya los griegos sabían. Todos los
autores mencionados apuntaron ideas interesantes que ponían de relieve una
parte de la realidad ética, política o moral. Ahora se debate si la idea eje o preponderante
ha de ser la libertad o la igualdad. Yo defiendo que sin la libertad nada bueno
es posible, pero que la idea de libertad no tiene la capacidad de generar la
igualdad necesaria. La idea de igualdad, al contrario, es integradora y
globalizadora del resto de valores sociales y es tan indispensable como la
libertad. La verdadera igualdad contiene a la libertad bien entendida. Del
mismo modo que la libertad no significa sólo hacer lo que nos venga en gana,
tampoco puede creerse que hemos de ser iguales en todo, ni mucho menos, sólo en
una serie de condiciones de existencia como puerta para todo lo que hay que
arrancar con el esfuerzo. De todas maneras ni la libertad ni la igualdad se han
regalado nunca, siempre se han conquistado. O quizás a vosotros se os ha
regalado. ¿Por eso se dice que sois la juventud más mimada y peor educada? ¿Quién
quiere responder?» El timbre sentenció el asunto.
SSC
8 y 15 de febrero de 2007
SSC
8 y 15 de febrero de 2007
Publicado en: «Sobre igualdad y libertad. 1.
La penúltima clase de Historia de la Filosofía», La Nueva España, Suplemento Cultura nº 753, pág. VIII, Oviedo, jueves, 8 de febrero de 2007. Versión similar publicada en «Eikasía.
Revista de Filosofía».
Publicado en: «Sobre igualdad y libertad. 2.
La última clase de Historia de la Filosofía», La Nueva España, Suplemento Cultura nº 754, pág. VIII, Oviedo, jueves, 15 de febrero de 2007. Versión similar publicada en «Eikasía.
Revista de Filosofía».
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