¿Qué es tener un problema?
—
…todo son problemas, como ves.
—
Sí, le dije. Siempre me han interesado los problemas.
—
¿Qué quieres decir?
—
Quiero decir que los problemas son como todo lo demás:
se pueden clasificar, como los prismas regulares, los tipos de hongos o las
especies animales en evolución.
—
Ya, sí, no es lo mismo saber que uno va a morirse, que
sufrir una dolorosa frustración, que perder el autobús, que…
—
Eso es, pero yo me refiero a una clasificación más
geométrica, más lógica.
—
Ya está el filósofo. ¿Y para qué quieres una
clasificación geométrica de los problemas?
—
No pretendas que me disculpe por ello… además, todos
somos filósofos…y la diferencia estará en el grado, en la obra… Mira, para mí
hay dos grandes tipos de problemas totalmente diferentes: los que tienen
solución y los que no la tienen.
—
¡Qué gracioso!, eso lo sabe todo el mundo.
—
Pues de eso se trata, de ordenar un poco lo que sabe
todo el mundo. Lo importante es que hay que aprender a no intentar solucionar
los problemas que no tienen solución. Como el hecho de que uno tiene que
morirse o que no se puede volver al pasado o todos los semejantes. Con estos
problemas lo mejor es aceptarlos y comprenderlos con mirada estoica o
escéptica, según los casos… y dejarlos estar fuera, sin que lleguen a
apesadumbrarnos. «Un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte», decía
Spinoza (E, IV, 67).
—
Ya, y qué pasa con los que sí tienen solución.
—
Pues que esos sí son los verdaderos problemas. Primero
hay que diferenciarlos entre sí, porque se dan derivaciones que los hacen muy
diferentes: la primera dicotomía separa los problemas que se solucionan y se
cierran mejor o peor, al igual que se cierra un círculo, de aquellos otros que
al solucionarlos desencadenan nuevos y mayores problemas. Con éstos, por
supuesto, lo que hay que aprender es a no intentar solucionarlos, por mucho que
queramos hacerlos desaparecer.
—
Sí, ya lo sé, no puede resolver una madre el problema que ha de resolver su
hijo ya emancipado, porque con seguridad le estará quitando su propia
autoridad; o no puedes pretender recuperar tu anillo de bodas en un acantilado
embravecido, o llegar rápido arriesgando vidas en la carretera… Entre los que
se solucionan bien, o en parte bien, supongo que pueden considerarse los que
tienen que ver con la fortaleza para dejar el tabaco o el alcohol, o con la
prudencia para acertar en lo que nos preocupa o con la templanza que ayuda a
sobrellevar las dolencias, o…
—
Ya veo que estás lanzada y que lo dominas mejor que yo.
(Quizá, pensé, las mujeres tienen un instinto especial para conocer la esencia
de los problemas. Enseguida deseché esa idea, aunque sé que Pilar me hubiera
dado la razón gustosamente). Todavía nos quedan otros tipos de problemas, que
son aquellos que se solucionan solos, con esos lo mejor es no hacer nada, pero
por razones distintas a los que no tienen solución.
—
Sí, como cuando un niño ha cogido una perreta o como
cuando teníamos el acné o…
—
Y hay, todavía, otros, pero ahora necesito volver a
empezar.
—
¿Me estás tomando el pelo? ¡ahora que le había cogido
el tranquillo a tu enrevesamiento clasificatorio!
—
No, no, necesito volver a empezar porque… ¡bueno,
mira!, hasta ahora hemos hablado de los problemas como si los solucionara una
sola persona, pero todos los casos anteriores pueden darse además dentro de un
entramado más complejo: justamente, cuando ha de ser solucionado por dos o por
varios. El caso límite, que puede representar otra modalidad, a veces lindante
con los problemas que no tienen solución, se da cuando ha de ser todo un pueblo
o toda una nación la implicada.
—
¡Ya!, o sea que la cosa se complica y vamos a tener un
problemilla para que te aclares del todo…
—
Algo así, si así te parece. Lo que en definitiva quiero
decir es que además de los problemas bilaterales, los que más nos pueden
desbordar son los triangulares. En los problemas triangulares incluyo los
cuadrangulares, los pentagonales, etc., que pueden por simplificación
entenderse como triangulares. O sea, que ya no depende el problema de la
solución que yo le dé sino de una solución que he de sacar adelante juntamente
con alguien más. Ahora, todo se complica, y debo calcular y tener en cuenta la
disposición y la contribución de terceras personas. Esta es la vida social misma
en sus tiras y aflojas y de ahí que sea tan importante estar bien rodeado y
tener en quién confiar… Además, habría que entrar en otras derivaciones menores
de este esquema general y en todas las zonas mixtas.
—
Y qué me dices de los problemas que en lugar de
resolverlos se pasan a otros y de los que se disimulan, y de los que se tapan y
silencian, y los problemillas, los problemotes, los pseudoproblemas… y las
hipocondrías y las hecatombes…
—
Sí, tienes toda la razón. Pero eso nos obliga a cambiar
a otra perspectiva. Eso nos obliga a considerar no lo que ha de hacerse con los
problemas sino lo que de hecho muchas veces se hace con ellos o cómo se
inventan sin que efectivamente existan. La clasificación ideal habría que
cambiarla por la «real» y tendríamos no ya geometría sino cristalografía, es
decir, tendríamos estas formas de solución de problemas: 1) el empeoramiento
del problema; 2) conocer que no tienen solución; 3) esperar a que se solucione
por sí mismo; 4) sustituir un problema con otro, desplazándolo; 5) dar la
solución parcial o total; 6) no tanto solucionar cuanto contener (la contención
es buena cuando el problema no tiene solución pero se agrava si no se contiene);
7) la cooperación a la solución; 8) pasárselo a otro; 9) ocultarlo, disimularlo
o postergarlo; 10) el problema que nos come, que nos anula, para el que somos
impotentes, por falta de fortaleza; 11) finalmente, las soluciones
fantasmagóricas para problemas inexistentes. No consideramos las situaciones
intermedias.
—
Pero por qué dices que la clasificación es geométrica.
No veo las líneas….
—
Otro día volvemos a las líneas... Mira por ahí viene…
SSC
Gijón,
3 de abril de 2007
(Publicado en La Nueva España, Suplemento Cultura nº 762, pág. III, Oviedo, jueves, 12 de abril de 2007. Versión similar publicada en «Eikasía. Revista de Filosofía»).
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