Jovellanos
fantaseado
Cualquier
figura histórica ha de ser representada, y este año le ha tocado a Jovellanos. Son los caminos de la veracidad,
la descripción acertada y la correcta recreación. Aunque sabemos que este
Jovellanos representado ha sufrido las asechanzas del desembarco progresivo de muchas
de las ideologías de nuestros dos últimos siglos y nos hallamos en la tarea de
limpiar su imagen de ese lastre. Difícil tarea, pues no es posible pensar sin
nuestras emociones ideológicas. Será, entonces, cuestión de tratar siempre el
concepto con el arte requerido, será por tanto, también, una cuestión de buena estética.
Y
del mismo modo que puede existir belleza en el concepto, sobre todo en las
arquitecturas poderosas que ensamblan sutiles y escurridizos datos en una
potente idea, capaz de ser vista y recorrida en sus contornos, de la misma
manera que el concepto tiene su estética, también la «phantasía» puede tejer en
sus redes un producto verdadero, dotado de rasgos claros y distintos.
El
atractivo de este nuestro ilustrado, al que no le faltan ahora las diplomáticas
cortesías debidas pero que, a pesar de lo aparente, sufre todavía desajustes visibles,
sin duda por la dificultad que encierra encajar la múltiple diversidad de sus
caras, este Jovino tan renombrado
pero en la misma medida bastante mal difundido, ha sido objeto también de
múltiples miradas fantaseadas, de las cuales vamos a recordar algunas, porque
es posible también un Jovellanos fantaseado mucho más desobediente a los datos
reales, históricos y verídicos, pero que siguiendo otros impulsos estéticos
puede aspirar también a mostrarnos algún contorno verdadero.
Porque,
contra lo que cabría esperar, no es necesariamente el Jovellanos representado
siempre el más fiel y el fantaseado el más equívoco. Del artista sabemos que va
e embaucarnos en mil detalles del escenario aunque le pediremos que no nos
engañe en lo esencial. Del investigador científico no le vamos a perdonar que
se equivoque en una minucia, como no toleramos una pequeña mancha en la sedosa
blusa que puede dar al traste nuestra pulcritud.
Seguramente
Goya acertó bastante bien con la
vera efigie del Jovino de cincuenta y cuatro años, aunque lo importante de la
«phantasia» goyesca es que nos permite acceder al alma de Jovellanos, en el
momento en que saca a la luz la impotencia y la perseverancia ensimismadas, las
de un paradójico reformador en una corte en la que el ajuste de las lindas
pelucas podía ser, quizá, cuestión de Estado. Otra actitud había tenido la
«phantasía» de Goya en el primer retrato de Jovino, el de la pierna cruzada,
pues allí se trató de captar el éxito profesional de quien ascendía a consejero
de Órdenes.
En
la exposición «La luz de Jovellanos», del Revillagigedo y Casa Natal, pueden
contemplarse esas dos phantasías de Goya, y podrá el esteta visitante reconocer
si le transmiten algo o no. En un lugar próximo, en la misma exposición, se nos
proyecta el vídeo «Jovellanos o el equilibrio», con guión de Jesús Evaristo Díaz Casariego, cuya
«phantasía» (quizás, simplemente fantasía) ha querido asimilar a Jovino al
credo tradicionalista de los años cuarenta del franquismo. El nombre de
Jovellanos fue repudiado por algunos durante más de un siglo por haber alentado
aquellos desbarajustes agraristas que se hubieran seguido en el tradicional
orden de la propiedad de las tierras, pero remansado ya el asunto por tantos
años pasados y también, ahora, por la victoria de quienes ganaron la guerra
civil española, entonces, ¿no era juicioso que aquel falangismo se centrara
ahora en la solemne defensa nacional de uno de los más grandes patriotas que
España tuvo?
Carmen Gómez Ojea,
en las antípodas del firme ademán casarieguista, publicó en 1989 «Pentecostés»
(también esta obra figura en la misma exposición), una iconoclasta novela que
pone a prueba la vera efigie del recto magistrado, haciéndole prisionero de las
fantasías de una alcohólica protagonista que lee el diario de Jovellanos y
entre líneas lo fabula borrachín y de ambigua sexualidad; no queda muy claro,
creo, si el núcleo tenía que ver con una sugerencia de otras posibles lecturas
del diario de Jovellanos o si, sin ir tan lejos, se pretendía mostrar a una
protagonista mujer embebida en sus problemas, en el momento en que casualmente
lee a Jovellanos.
En
esta pesquisa del Jovellanos fabulado, nos encontramos también con «Carlos IV»
de Pérez Galdós, donde se hace un
breve y simpático guiño a la figura del ilustre ministro asturiano. Algo
parecido hace Fernando Savater en su
«Jardín de las delicias», pero sacándole algunas pecas.
Dos
cómic sobre Jovellanos, el de Paco Abril
y el de Juan José Plans, ambos
dibujados por Isaac del Rivero
senior, nos asoman a ventanas en el tiempo desde donde caemos ensimismados en
los trasiegos de una heroica biografía. Otro cómic de reciente aparición, el de
Jaime Herrero, con dibujos
estupendos y simpáticos, tiene gran interés como introducción abreviada.
Finalmente, en otro, «Jovellanos y Felinus», con dibujos de Mila García y con textos míos, podrán
seguirse los curiosos pasos de un sabio gato y de su tropel acompañante inquiriendo
en las escenas más representativas del filósofo gijonés, para destacar sobre
todo sus ideas y contribuciones.
Un
vídeo de veinticinco minutos de la Sociedad
Asturiana de Filosofía, «Jovellanos, Ilustración y Poder», de cuyo guión
soy responsable, se ha propuesto acercarnos didácticamente al ilustrado y unir
las dos épocas, la nuestra y la suya, a través de la idea de poder. En la misma
línea biográfica pero pasando a palabras mayores, pues ahora Jovellanos será
encarnado como personaje en una serie televisiva, con guión de Juan Luis Cebrián, tendremos ocasión de
comprobar muy pronto si ese Jovellanos encaja
bien o mal en nuestro imaginario del siglo de las luces, o, incluso, tal vez, si
puede llegar a tener la fuerza de mejorar aquel imaginario. Si tuviera algún éxito
esta serie, vendría a llenar ese hueco de la difusión de masas aún no
conseguido, pues el drama de Joaquín
Alonso Bonet alguna vez representado es para minorías y seguramente necesitado
de un guión remozado. Quizá llegue a ser Juan
Carlos Gea, espero mucho de él, pues reúne el ingenio intelectual y la
sensibilidad artística, quien consiga modernizar a Jovellanos en la biografía
que está escribiendo.
Reposa
desde enero de 2011 en los estantes de las librerías una nueva novela titulada
«El alcalde del crimen», de Francisco
Balbuena. Jovellanos es el protagonista, al lado del intrépido viajero
inglés Richard Twis. Nos lleva a un
solo año de la vida de Jovellanos, cuando tiene treinta y dos años y es juez.
Quienes lean esta novela se encariñarán de sus dos personajes protagonistas. La
construcción contiene algunos elementos históricos de un Jovellanos
representado, del que se han extraído bastantes buenas cualidades
acertadamente, pero sobre todo vemos a un Jovellanos fabulado, en una Sevilla
dominada por un clero retrógrado y fanatizado, y en medio de las pesquisas de
la Inquisición aferrada a sus esquivos métodos y en pugna con las nuevas luces
encarnadas en Olavide, Jovellanos y Twis. Una cadena de crímenes marca el ritmo de los acontecimientos,
pero lo que realmente llega a interesarnos son las dotes de esos dos
protagonistas tan complementarios y tan diferentes, sólo en teoría, porque en
realidad configuran juntos un mismo y único sentido en la interpretación de la
verdad de los hechos. Eso sí, se enamoran ambos de mujeres muy distintas, quizá
esté ahí su diferencia. En todo caso, ambas amantes no son ahora lindas féminas
sino mujeres de carácter propio, estilo nuevo y poderosa autonomía. Esa es la
estética que enamora aquí a Jovellanos.
SSC
12 de mayo de 2011
Publicado en: «Jovellanos fantaseado». La Nueva España, Suplemento Cultura nº
922, pág. 3, Oviedo, jueves, 12 de mayo de 2011.
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