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Narrar y moralizar
En busca de la frontera del bien y
del mal
Casa de verano con piscina, Herman
Koch, Ed.
Salamandra, Barcelona, 2012, 348 páginas.
La cena, Herman
Koch, Ed.
Salamandra, Barcelona, 2010, 288 páginas.
La
función moral de la literatura nace con la literatura misma. Se trata de una de
sus funciones esenciales; discutir si la mas importante, sería banal y ocioso. Pero, como quiera que se mire, ocupa un lugar
privativo, del que la condición humana no puede desprenderse: la zozobra de la
identificación del bien y del mal.
Existe
una literatura directamente moralizadora: amonestadora e inductora. Casi todas
las corrientes literarias se alejan de este ángulo, porque es muy difícil que una
estrategia tal, amaestradora, sea interesante. Didáctica, como mucho. De ahí
que veamos profusamente que los literatos prefieran mostrar los vicios
individuales, los tumores sociales, los conflictos complejos. Es la tarea de
poner el espejo sobre los males y dejar que cada uno saque las consecuencias,
casi siempre mas profundas que las directamente aleccionadoras e impuestas. En
esta literatura, retrato de los males de su tiempo, encontramos dos variantes próximas.
La novela que es directamente denuncia de un estado de depravación o corrupción.
Y la que indaga las fronteras de lo que ha de entenderse por bien y por mal.
Algunas
publicaciones recientes nos llevan, como signo de nuestro tiempo, a recrearnos
en la preocupación por las fronteras morales. Puede verse en Michel Houellebecq («El mapa y el
territorio», Anagrama, 2011), quien combina el tema de la frontera moral con la
duda sobre la presunta propia identidad esencial. En R. Menéndez Salmón
(«Medusa», Anagrama, 2012; «La luz es más antigua que el amor», Anagrama, 2010;
y «La ofensa», Anagrama, 2007), que indaga en el poder transformador de las
circunstancias esenciales. En Javier
Marías («Tu rostro mañana», la trilogía de Alfaguara), capaz de sumergirse
en el escepticismo cínico de la multiplicidad de planos valorativos. En Eduardo Mendoza («Riña de gatos»,
Planeta, 2010), donde entran en lucha la razón política y la ética. En Philippe Claudel («El informe de
Brodeck», Salamandra, 2008; y «Almas grises», Salamandra, 2005), especialmente
potente en la denuncia de las vergüenzas históricas y en dibujar el perfil de
la parte de responsabilidad que toca a los distintos protagonistas: a los
sujetos aislados y su capacidad de resistencia y a las ideologías en marcha. Y
en Herman Koch, que pondremos un
momento bajo nuestro objetivo.
Herman
Koch ha alcanzado celebridad recientemente entre su público inmediato, en especial
con «La cena», Libro del Año 2009 en Holanda, y que por alguna razón ha sido
traducido a veintiún idiomas. Tras «La cena» (Salamandra 2010) vino «Casa de
verano con piscina» (Salamandra, 2012). Bien se ve que el autor está totalmente
hipnotizado por la problemática de la primera novela cuando comprobamos que vuelve
a ella en la siguiente. Casi nada esencial cambia. Un profesor se convierte en la
otra historia en un médico. Un padre de familia que tiene un hijo adolescente
pasa a tener dos hijas adolescentes. Los relatos varían aparentemente: uno
estructurado en torno a una cena familiar, el otro girando sobre las vacaciones
familiares. Pero los dos analizan el mismo problema: la patente conciencia
moral encarnada en el protagonista (puede adivinarse que quizá peligrosamente
generalizada), que no tiene dudas sobre los valores a defender en el estrecho
ámbito ético de la familia, con los hijos muy especialmente. Pero a partir de
esa frontera, los criterios valorativos se vuelven endebles, relativos,
prescindibles…
De
escritura espontánea y clara, sin méritos estilísticos extraordinarios que no
sea la sencillez, consigue destilar un resultado global, aquilatar algo tras la
mera entretenida narración. Se tiene la sensación de haber visto claramente
algo invisible, a base de posar la mirada reiteradamente en el mismo lugar a lo
largo del relato: el paisaje espiritual donde se ordena interiormente el bien y
el mal del narrador que nos habla todo el tiempo desde sus soliloquios y sus
secretos. Pero no es una imagen asertiva y limpia, sino problemática y turbia,
porque al apostarse sobre sus posiciones particulares pone en vilo algunos de
los principios supuestamente universales. Y, al final, uno se ve obligado a
responderse a sí mismo: ¿se trata de un relativismo moral plausible como medio
de supervivencia en la realidad social de hoy o se trata más bien de una
degeneración típica de la condición humana?, una degeneración típica que se
recrearía en el presente con tintes propios, eso sí. ¿De qué se trata? Lo
diríamos, si no fuera mejor que el lector lo viera por sí mismo.
SSC
14 de febrero de 2013
Publicado en: «Narrar y moralizar». La Nueva España, Suplemento Cultura nº
996, pág. 2, Oviedo, jueves, 14 de febrero de 2013.
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