Treinta años de la
Sociedad Asturiana de Filosofía
La conferencia de Gustavo Bueno sobre «Filosofía mundana, filosofía académica»,
a las 19 horas del lunes 10 de diciembre de 2007, en el Salón de Actos del
Campus del Milán, supone un excelente broche a la serie de actividades que la Sociedad Asturiana de Filosofía viene
celebrando con ocasión de la conmemoración de su trigésimo aniversario
(1976-2006).
La historia de la SAF está
delimitada tanto por el contexto de la Constitución de 1978 como por el
desarrollo y construcción del materialismo
filosófico. Ésta es, sin duda, la filosofía española más importante de la
actualidad y una de las más potentes del panorama internacional (algunos
creemos que la más potente con diferencia, pero en las valoraciones sobre el
presente parece que hay que dejar transcurrir alguna década prudencial para los
juicios rotundos y las pruebas duraderas).
La SAF no se confunde, obviamente,
con el materialismo filosófico creado por Gustavo Bueno; aunque sean conjuntos
en intersección no son idénticos; sin embargo, la historia de la SAF ha quedado
marcada evidentemente por la historia del materialismo filosófico. Esta
circunstancia esencial es una ventaja histórica que podemos disfrutar en
primera fila los asturianos al seguir de cerca la trabazón de este sistema, ya
por disponer de un magisterio presencial ya por tener un lugar privilegiado
donde afilar las armas de la reflexión crítica.
Hoy tenemos que decir que, pese a
que no se trata de literatura fácil sino de un sistema arduo no apto para las
«mayorías», el materialismo filosófico ha trascendido las fronteras asturianas
donde nació, que se extiende por la geografía entera española con pujanza y que
ha comenzado a implantarse en Iberoamérica. Algunas obras han sido traducidas
al alemán. En la Red existen diversas referencias o páginas en inglés que dan a
conocer a la comunidad internacional la existencia de esta corriente. La
revista digital «El Catoblepas» (no sólo ella) atestigua una caterva de colaboradores
en crecimiento constante, donde, además, apuntan ya distintas formaciones o
tendencias que son expresión de su frondosidad y madurez, además de responder a
la «natural maraña humana».
Es deseable que el crecimiento
demográfico de esta corriente filosófica guarde la debida imbricación con la
potencia de sus ideas fundamentales, porque quizá tenga aquí la filosofía en
español la conformación de una
plataforma desde la cual «empezar a existir» otra vez en el panorama de la
filosofía internacional.
Desde nuestro siglo de oro la
filosofía española, y también la hispanohablante, no ha tenido una presencia
notable en el panorama mundial, no tanto por la falta de individualidades o de
aportaciones que siguieron a la
magnífica neoescolástica española, cuanto porque acaece una ruptura en el
intercambio filosófico que aún no se ha podido superar. Hace falta, claro, no
creerse la leyenda negra y reinterpretarla con profundidad, hasta la inversión
de sus términos. Hace falta también no caer en la extraña autocomplacencia
excéntrica de Unamuno: «que inventen
ellos», que vale aquí por «que piensen ellos».
En este momento, tras siglos de
ostracismo internacional, empiezan a darse las condiciones para que la
filosofía que habla en español sea oída con el eco adecuado. En el panorama
estético (y hasta científico) la voz en lengua española tiene ya un lugar de
resonancia, pero es preciso que haya también filosofía de calado histórico.
Pero para ello se vuelve necesaria una masa crítica filosófica y social que
vaya más allá de la mera moda y de la polvareda pasajera. Hace falta que
crezcan raíces. Hace falta que haya un «pueblo filósofo».
Ésta es la encrucijada en la que,
según mi parecer, nos encontramos ahora, porque no basta con saber que Gustavo
Bueno pasará a ser un clásico, porque anuncie con claridad meridiana la enorme contribución
crítico-racional que hace, indiscutiblemente, a escala de nuevos conceptos y de
sistematización de ideas. No basta con que el valor filosófico esté ya dado,
hay que desarrollarlo, hay que someterlo a contraste y hay que hacerlo valer en
el «sistema monetario internacional». Y ésta es tarea de una escuela, desde
luego, pero también es misión del país y del área cultural que posee una
riqueza así establecer los drenajes que permitan que aquello que vale, circule.
Para quien crea que aquí nada tiene que ver el territorio y la lengua que se
pregunte por qué se habla de filosofía francesa, alemana, etcétera. La
filosofía como la literatura y el arte pasa por las naciones; la ciencia
también, pero se neutralizan sus particularismos al confluir sus hallazgos en
el «olimpo» de las identidades sintéticas (también llamadas «verdades
científicas»). Así que si la ciencia se cuida de sí misma a escala
internacional, no así sucede con la filosofía; pero mientras que tenemos una
larga tradición e importancia literaria y artística en el mundo, no acontece
igual con la filosofía: quizá, porque en el origen de la oclusión al universo
hispano lo que había en cuestión eran dos modelos distintos de mundo, dos
universos de ideas en liza.
Cuando leemos un clásico nos las
habemos con la filosofía académica, pero anda lejos ya aquella filosofía
mundana en la que anduvo embebida. Por eso, sólo hay filosofía si habla del
presente: al asomarse a la unión entre lo académico y lo mundano. Si se tiene
la posibilidad de asistir en directo a este engranaje, puede uno durante un
momento salirse de la prosa de la vida. Es seguro que G. Bueno arrancará de
coordenadas ya conocidas («el sistema académico obliga»), pero será muy difícil
que no diga algo inédito, será muy difícil que no nos obligue a repensar de
nuevo nuestras «evidencias» (donde la realidad mundana filosofa).
Publicado en: «Treinta años de la Sociedad Asturiana de Filosofía». La Nueva España, Suplemento Cultura nº
783, pág. 8, Oviedo, jueves, 6 de
diciembre de 2007. Versión muy
remodelada publicada en «Eikasía. Revista de Filosofía».
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