La izquierda española
¿La izquierda
española en crisis? Las ideologías de
izquierda han estado en una permanente crisis desde los tiempos de la
Revolución francesa y de las Cortes de Cádiz.
¿Resulta el equilibrio interno de la ideología de izquierdas más frágil
que el de la derecha?
Gustavo
Bueno defiende en El mito de la izquierda (Ediciones B, 2003) que mientras que puede
englobarse a la derecha dentro de una ideología común compartida (con
modulaciones internas), la izquierda no sería fruto de una ideología común sino
de múltiples que habrían ido surgiendo a lo largo de seis etapas durante los
siglos XIX y XX. No ha habido una sola izquierda desde la Revolución
francesa hasta nuestros días sino una sucesión (jacobinos, liberales,
anarquistas, socialdemócratas, comunistas, maoístas) que ha venido no sólo a
oponerse a la derecha de turno sino a las izquierdas colaterales.
¿El
declinar de las ideologías?
El panorama
ideológico ha ido cambiando tanto a lo largo de estos dos siglos que a mediados
del XX,
desde la izquierda, algo hizo apuntar a Daniel Bell el fin de las
ideologías. Pronto, desde la derecha, Fernández de la Mora en España se
atrevió a anunciar ese fin en forma de crepúsculo. Expirando ya el siglo, Francis
Fukuyama proclamó también el fin de las ideologías elevado a la
categoría de «fin
de la historia».
¿Era la manera de interpretar el triunfo que se anunciaba, según algunos, de la
derecha sobre la izquierda tras su batalla secular?
Para una consideración
atenta -con el pretérito- y realista -con el futuro- no hay indicios de
ideología única, porque, además, no puede haber fin de las ideologías mientras
haya sociedad política. Podría cambiar el asunto del enfrentamiento, pero
porque se estaría transformando, no erradicándose; podrían desplazarse algunos
de los epicentros del interior de los estados hacia la política internacional,
pero no desaparecer como algo superado.
¿El
declinar de las ideologías de izquierda?
Hay que poner
muy en duda que se haya dado una victoria de las posturas ideológicas de la
derecha sobre las de la izquierda. Ni los unos ni los otros han aprobado la
asignatura que el siglo XIX se propuso afrontar: dar una salida moral a la
explotación económica del sistema productivo y a las injusticias sociales
heredadas del Antiguo Régimen.
Podrá decirse
que el liberalismo económico se ha impuesto, pero no que ha ganado, porque no
ha avanzado en los problemas de partida. Lo que ha sucedido, en todo caso, es
que estos problemas se han desplazado. El modelo económico neoliberal
generalizado en las últimas décadas ha conseguido demostrar que los temas sobre
justicia social a los que la política debe dar salida no tienen sino una
tortuosa, indefinida y, en realidad, insoluble solución.
Contra la idea
neoliberal de la progresiva generalización de la prosperidad, parece una
evidencia que las riquezas pueden perfectamente incrementarse y seguir
concentrándose en determinados países y dentro de ellos, excluyendo a una parte
estructuralmente necesaria. No hay ninguna tendencia que lleve a la economía
hacia eso que podría llamarse redistribución justa. Las riquezas podrán
incrementarse en términos generales pero con ellas surgirán también nuevos
desajustes.
Cualquier modo
de salir del círculo vicioso dictado por las exclusivas leyes del mercado y de
entrar en algún tipo de espiral de sentido civilizador e igualador podría ser
calificado de izquierdas.
Ser de izquierdas en España
Es muy difícil
contornear hoy la línea divisoria entre la izquierda y la derecha, si tenemos
en cuenta lo que G. Bueno llama ecualización de las ideologías,
según el cual muchos de los programas de acción política de las izquierdas han
sido asimilados por la derecha a la vez que aquélla renuncia al ideal
revolucionario que traslada su sentido hacia otros ideales menores.
Ante estos
cambios, creemos nosotros que a la izquierda se le impone una reformulación de
aquellos objetivos que puedan significar un esquema alternativo al
neocapitalismo determinista, a la vez que la apuesta por un modelo de
civilización frente a otras, partiendo del escenario actual, que en España
tiene además un problema esencial añadido: la política territorial.
La política territorial y la izquierda española
Tres líneas de fuerza resumen el quehacer de la
vida pública: 1) la política exterior, 2) la política de reajuste interior en
el reequilibrio de las injusticias heredadas y que manan sin descanso en toda
sociedad, y 3) la política territorial interior. Centrémonos ahora en esta tercera.
¿Con qué criterios juzga la izquierda los problemas
de política territorial?:
¿Son los partidos separatistas vascos y catalanes
de izquierdas o son malformaciones, patologías?, porque al margen de cómo se
autotitulen los abertxales y los «esquerros» ¿bajo qué razones son reconocidos
por otras izquierdas como verdaderas izquierdas o con izquierdas con las que
converger?: ¿de qué igualdad hablan los secesionismos de las autonomías más
enriquecidas?, ¿cómo interpretan la libertad quienes utilizan el asesinato o lo
justifican?
¿La apuesta por un modelo interior federalizante
–que, al plantearse abierto, deriva hacia aberraciones o hacia una
confederación anómala- dará lugar a un Estado fuerte equiparable a la que
tendría una estrategia unitaria españolizante?, ¿o todo esto es
indiferente? No olvidemos, sea cual sea
la ideología, que nuestro buen influjo internacional se ejercerá sobre todo a
través de lo que sea capaz de hacer nuestro Estado.
La ideología no puede correr a contracorriente de
la razón, que en política se identifica con la fuerza. ¿Hay alguna izquierda
responsable en el tema de la política territorial interior?
Algunas propuestas concretas
Javier
Madrazo, desde Esker Batua, eleva su bienintencionada propuesta de Federalismo
para convivir (Nerea Ed., 2005), un federalismo de libre adhesión. En
otras latitudes ideológicas, Santiago Abascal, del PP vasco, en La
farsa de la autodeterminación (Ed. Altera, 2005), denuncia como
reaccionaria esa nación imaginaria de la teoría nacionalista, que procede del
racista Sabino Arana. Desde Cataluña, Arcadi Espada, profesor en la
Pompeu Fabra, conocido escritor y columnista, se revuelve contra la impostura
obtusa del nuevo proyecto de estatuto nacionalista en La decadencia de
Cataluña reflejada en su Estatuto (Espasa Ed.). Junto a estos
análisis que suponen propuestas para conciliar el nacionalismo con el
constitucionalismo o, por contra, denuncias de la trampa que esta supuesta
conciliación arrastra, algunos estudios se esfuerzan por buscar los fundamentos
políticos e históricos, como el realizado por José Manuel Otero Novas en
su Asalto al Estado (Ed. B. Nueva, 2005) y en Defensa
de la Nación española (Ed. Fénix, 1998), o los fundamentos políticos,
históricos y filosóficos, como el de Gustavo Bueno en su España no
es un mito (Ed. Temas de Hoy, 2005), que merecen ser tenidos en
cuenta por su seriedad y coherencia.
Las disyuntivas
Desde la
actual realidad de la política territorial española y desde estas lecturas y
otras similares que vemos en las librerías, todo ciudadano, sea de derechas o
de izquierdas, habría de tomar posición ideológica. Y para aquellos que lo
tienen más difícil, para los de izquierdas, por su inestabilidad histórica
característica, más en la crisis ideológica actual y todavía más en la «España que se busca
a sí misma»,
cabe pensar que deberían tomar partido y no abandonarlo a un consenso
abstracto:
¿Ha de
concebirse la negociación sobre la política territorial, entre el Estado y los
gobiernos nacionalistas autonómicos, como una tarea abierta e inagotable, como
un pozo de reivindicaciones sin fondo o, más bien, como un proceso histórico de
la España de las autonomías que ha de ser clausurado dentro de un modelo de
Estado bien definido y estable?
¿Es la
izquierda, que se admite española, más izquierda cuando negocia sobre el modelo
territorial de España con las autodenominadas izquierdas nacionalistas que
cuando lo hace con la derecha española?
¿En una futura
ley electoral, alcanzado el equilibrio deseable en el modelo de Estado, es
preferible que sigan teniendo peso primordial los intereses de los partidos
nacionalistas o, más bien, que pasen a primer plano los intereses de los
partidos de ámbito estatal?
La encrucijada
Las respuestas a estas preguntas sabemos que
tenderán a situarse más de un lado de la disyuntiva que de otro y, en esa
medida, la línea que divide ambas opciones contornea los dos modelos de
izquierda que se esforzarán por liderar el futuro.
Se presiente una nueva izquierda que supere el
planteamiento de definirse inercialmente en el tema sobre España por su
oposición a la derecha, si se parte del hecho de ser este país uno de los más
descentralizados del mundo y si el riesgo es el fraccionamiento del Estado.
Se presiente una nueva izquierda que aborrezca del
pluralismo acrítico, capaz de negociar con todas las posiciones ideológicas por
el hecho de existir, despreciando el hecho de si tienen o no razón. Una
izquierda que sea no nacionalista porque esa vía ha demostrado ser insolidaria
y un pozo sin fondo, aliada por activa o por pasiva con los que recurren a la violencia
terrorista, la extorsión, el asesinato y el secesionismo ilegítimo. Algunos
nuevos sones suenan, en el nacimiento de una nueva izquierda, que presumimos
que tiene ya una amplia base social, aunque no se sabe todavía si tiene la
potencia de conformar la estructura de partido necesaria. O quizás los
españoles estén cansados de tanto manoseo politiquero y faltos ya de reflejos
políticos.
SSC
6 de abril de 2006
«¿La izquierda española en
crisis?», La Nueva España, Suplemento
Cultura nº 722, pág. VIII, El Milenio,
Oviedo, jueves, 6 de abril de 2006. Versión similar publicada en «El
Catoblepas. Revista Crítica del Presente».
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